Siempre he creído que la bondad regresa. Tal vez porque mi madre solía decir: «Ayuda si puedes. El mundo se vuelve un poco más luminoso con cada buena acción». Pero nunca imaginé que una noche fría cambiaría por completo mi vida.
Ocurrió a principios de noviembre. Volvía a casa tras un largo turno en la clínica, cansada y congelada. Cerca de un pequeño parque, justo al lado de un contenedor de basura, vi a un hombre. Estaba sentado en silencio en un banco, envuelto en un abrigo desgastado, con barba rojiza y el rostro demacrado. Tenía la mirada baja — no pedía nada, simplemente contemplaba la oscuridad.
Me detuve. Algo en mi interior se encogió.
— ¿Tiene frío? — pregunté tímidamente.
Lentamente levantó la cabeza. Sus ojos verde pálido — casi felinos — estaban llenos de tristeza.
— Un poco. Pero ya me he acostumbrado — murmuró.
Le compré un té caliente y un bollo en un kiosco cercano. Me dio las gracias con una sinceridad tan profunda que se me llenaron los ojos de lágrimas. Y entonces, casi sin pensarlo, le ofrecí… pasar la noche en mi casa.
Se llamaba Javier. Le costaba creer que hablaba en serio. Pero cuando llegamos, le di ropa limpia de mi hermano, le ofrecí una ducha caliente y la cena.
La verdadera sorpresa vino después.
Cuando Javier salió del baño, no podía creer lo que veía. Un hombre completamente diferente estaba frente a mí. Alto, bien arreglado, con ojos inteligentes y una expresión amable. Y sin embargo… algo en él me resultaba familiar.
— ¿Vivió alguna vez en Valencia? — pregunté, sorprendida.
Sonrió suavemente.
— Sí. Hace tiempo. Era arquitecto. Tenía mi propio estudio… y un sueño. Pero todo se derrumbó.
Javier me contó cómo perdió su empresa por la traición de un socio, cómo intentó empezar de nuevo, pero al final también perdió a su familia y el sentido de la vida. Acabó en la calle, sin esperanza.
Pero aquella noche lo cambió todo. Le ayudé a encontrar trabajo en una empresa de construcción y, más tarde, un lugar donde vivir. Poco a poco, Javier volvió a diseñar — primero pequeños proyectos privados, y luego otros más grandes, cuando los inversores empezaron a notar su talento.
Nos hicimos grandes amigos. Y ahora sé con certeza: un solo acto de bondad puede cambiar una vida. No solo la de otra persona… también la tuya.