Durante más de 30 años creí que vivía en un matrimonio feliz. Junto a mi esposo, Javier, superamos las dificultades de los años 90, criamos a tres hijos y, en los últimos años, disfrutamos de una vida tranquila y estable. Pensaba que, a pesar de la falta de gestos románticos, nuestra relación era sólida y basada en el respeto mutuo.
Sin embargo, hace unos meses, todo comenzó a cambiar. Javier estaba irritable, distante e impaciente. Traté de encontrar una explicación: ¿problemas de salud? ¿Otra mujer? ¿Dificultades económicas? Pero lo que descubrí superó todos mis peores temores.
Javier me dijo que había presentado la solicitud de divorcio. Me confesó que toda su vida había amado a otra mujer, pero como ella se casó con un hombre rico, él – por pura venganza – me eligió a mí. En los primeros años de nuestro matrimonio, siguió viéndola y tuvieron una relación. Luego, el esposo de ella la llevó al extranjero y el contacto entre ellos se rompió. Fue entonces cuando Javier decidió que “sería lo mejor así” y que yo era una esposa mejor que ella. Pero nunca fui la mujer a la que realmente amó.
Ahora, después de tantos años, esa mujer ha muerto y Javier de repente ha comprendido que no ha vivido su verdadera vida. Me dijo que, por primera vez, necesita hacer algo por sí mismo y quiere divorciarse. Hemos decidido vender nuestro apartamento y comprar dos viviendas separadas para que cada uno pueda empezar de nuevo.
¿Y yo? Siento que una sola palabra ha destruido toda mi vida. Durante tres décadas creí que era amada. Ahora sé que solo fui la “opción segura”. De repente, todos los momentos compartidos me parecen una mentira.
No sé cómo afrontar todo esto. Quizás habría sido más fácil soportarlo si lo hubiera sabido antes. Tal vez no dolería tanto si nuestros hijos aún fueran pequeños y pudiera centrarme en criarlos.
¿Es normal que duela tanto? ¿Cómo se encuentra la fuerza para seguir adelante cuando descubres que toda tu vida ha sido una ilusión? Tal vez haya mujeres que hayan vivido algo similar, ¿cómo lo superaron?
