El frío viento otoñal arrancaba las hojas amarillas de los árboles mientras dejaba nuestra casa con una pequeña maleta en la mano. Mi esposo, Alejandro, insistió en una “separación de prueba” – un mes separados para que ambos pudiéramos reflexionar sobre todo.

El frío viento otoñal arrancaba las hojas amarillas de los árboles mientras dejaba nuestra casa con una pequeña maleta en la mano. Mi esposo, Alejandro, insistió en una “separación de prueba” – un mes separados para que ambos pudiéramos reflexionar sobre todo.

— Marta — dijo en voz baja, mirándome a los ojos. — Es por nuestro bien. Lo entenderás.

Aparté la mirada y contuve las lágrimas. Cuando la puerta se cerró detrás de mí, sentí que algo se rompía dentro. No podía imaginar que una llamada telefónica de nuestra vecina, una semana después, cambiaría todo.

Una noche, mientras estaba en casa de una amiga, sonó mi teléfono. Era Ana, nuestra vecina.

— Marta, ¿no estás en casa, verdad?

— No, ¿qué ha pasado? — pregunté, sintiendo que la inquietud se apoderaba de mí.

— Creo que hay una mujer en tu casa. La vi llegar con una bolsa y quedarse a pasar la noche.

El libro que sostenía en mis manos cayó al suelo. Cientos de pensamientos comenzaron a correr por mi mente. ¿Quién era? ¿Era el fin de mi matrimonio?

Durante los días siguientes no pude encontrar paz. Alejandro no llamaba, no escribía. Ana seguía diciéndome que la misteriosa mujer aparecía por la noche y que las luces de la casa quedaban encendidas hasta tarde.

— ¿Tal vez sea una compañera de trabajo? — intentó tranquilizarme mi amiga Elisa.

Pero Alejandro nunca había mencionado a ninguna compañera. Mi corazón me decía algo completamente diferente.

Finalmente, decidí regresar y verlo todo con mis propios ojos. La lluvia golpeaba el techo del coche cuando llegué a casa. Con el corazón latiendo con fuerza, entré.

La luz del salón estaba encendida. Alejandro estaba sentado a la mesa, junto a él una mujer de cabello oscuro. Sobre la mesa había bocetos, tijeras y muestras de tela.

— ¿Qué está pasando aquí? — pregunté con voz temblorosa.

Mi esposo levantó la cabeza y en sus ojos vi alivio y algo que parecía alegría.

— ¡Marta! No esperaba que volvieras tan pronto. Ella es Catalina, diseñadora de interiores.

Fruncí el ceño. ¿Diseñadora de interiores?

— Quería sorprenderte — continuó. — Siempre has soñado con tener tu propio taller de costura. Decidí transformar el estudio en tu atelier. Catalina me está ayudando con el proyecto.

Miré a Catalina y luego los bocetos. Telas de colores, muestras de pintura, estantes para materiales de costura. Poco a poco empecé a comprender.

— Lo siento por no habértelo dicho antes. Quería que fuera una sorpresa… y una prueba de que creo en tus sueños — añadió Alejandro en voz baja.

Mis ojos se llenaron de lágrimas. Todo el tiempo había temido lo peor, mientras que él solo quería hacerme feliz.

Sonreí a Catalina, quien me entregó un hermoso trozo de tela.

— Espero que te guste. El resto lo pueden terminar juntos.

Alejandro me abrazó y en ese momento entendí que esta separación había sido necesaria. Nos había ayudado a darnos cuenta de cuánto nos amábamos y que todavía teníamos algo por lo que luchar.

Afuera, la lluvia amainaba y la luna comenzaba a asomarse entre las nubes. Estaba lista para empezar un nuevo capítulo en nuestra vida.

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El frío viento otoñal arrancaba las hojas amarillas de los árboles mientras dejaba nuestra casa con una pequeña maleta en la mano. Mi esposo, Alejandro, insistió en una “separación de prueba” – un mes separados para que ambos pudiéramos reflexionar sobre todo.