Cuando mi hija era un bebé, mi marido y yo decidimos ir a la iglesia, aunque rara vez lo hacíamos. Uno de los sacerdotes de la misa contó una historia que he recordado el resto de mi vida. Esta historia le ocurrió a su mujer.
Visitó muchas veces los orfanatos para averiguar qué necesitaban los niños. Intentó ayudarles en todo lo que pudo. Un día entró en una habitación para bebés. Había muchos niños, pero el silencio era total. Ni un ruido. Todos los niños estaban despiertos, pero tampoco lloraban. La mujer preguntó a la maestra por qué los niños estaban tan callados
La educadora respondió que los niños lloran solo al principio, cuando llegan al orfanato. Cuando los niños lloran, intentan llamar la atención. Piden ayuda a los adultos. Pero los cuidadores no pueden prestar suficiente atención a cada niño. Y los niños no reciben ternura ni afecto en absoluto. Cuando se dan cuenta de que nadie puede ayudarles, dejan de llorar.
En un momento dado, dejan de esperar y de tener esperanzas. Sienten que no tienen a nadie. Qué mamá no vendrá a darles un gran abrazo. Entonces dejan de llorar.
Lloré durante mucho tiempo después de oír esta historia. Cuando volví a casa, mi hija ya estaba dormida. Me senté junto a su cuna y le prometí que siempre estaría a su lado. No la dejaría sola y le daría toda la amabilidad y el calor que pudiera.
