Quiero contarte cómo eché a mi marido de mi vida a los cuarenta años…

Estuve casada con mi marido durante dieciocho años. Vivimos, pero resultó que no conocía a mi marido en absoluto. En mis años de juventud, todos los resentimientos se olvidaban rápidamente. Era como si te hubieras lavado la cara con agua de manantial y todo volviera a estar bien. Sin embargo, poco a poco fui conociendo su verdadero rostro y descubrí que era avaricioso, perezoso y le encantaba beber en exceso. Sin embargo, ni siquiera después de eso pensé en el divorcio. La gota que colmó el vaso de mi paciencia fue su mentira. Ni siquiera intentó ocultarlo mucho.

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Caso uno.

Ocurrió el treinta y uno de diciembre. Ese día mi marido estaba en el trabajo y yo tenía el día libre. Estábamos esperando a que él y nuestro hijo llegaran a casa a eso de las seis de la tarde. Preparé una mesa festiva y me puse a esperar… Pasó el tiempo, las campanadas dieron las doce, amaneció, pero mi marido no volvió a casa.

Solo le llamé tres veces. La primera vez cogió el teléfono y dijo que estaba de camino a casa, y el resto de las veces la persona que llamaba estaba fuera de cobertura.

Después de beber un poco de champán, empecé a llamar primero a nuestros amigos comunes, luego a conocidos y más tarde a todos los hospitales. El teléfono se calentó con mis llamadas. Durante el discurso del presidente, mi hijo dijo que “todo el mundo está de vacaciones, pero nosotros tenemos lo de siempre”, y luego se puso delante del ordenador, lo que disipó por completo el sentimiento de celebración. El marido volvió a casa el 2 de enero. Intentó justificarse de alguna manera. Pero descubrí la verdad solo dos meses después, pues resultó que estaba celebrando el Año Nuevo con conocidos ocasionales en una casa de baños.

Una de sus nuevas amigas iba de camino a casa y accidentalmente se llevó a mi marido con ella, donde pasó dos días celebrando las fiestas.

Segundo caso.

Vivimos en una pequeña casa de campo de dos plantas. Decidimos pasar la noche en el círculo familiar. En la primera planta de nuestra casa había una habitación grande que servía tanto de cocina como de salón, y en la segunda había dos dormitorios.

La mayoría nos reuníamos en la habitación de la planta baja. Allí comíamos, veíamos la tele y charlábamos. Una noche, decidí irme a la cama y mi marido me dijo que volvería cuando hubiera terminado el programa.

Subí al dormitorio, me tumbé y me dormí. Me desperté cuando oí un coche que se alejaba de casa, y resultó que era mi marido, que se había marchado en mitad de la noche. Le llamé y descubrí que había apagado el teléfono. No pude dormir hasta por la mañana. Me sentía asqueada, pues no entendía por qué me hacía eso y qué pasaba por su cabeza en esos momentos. A eso de las siete de la mañana, mi marido llegó a casa y se metió tranquilamente bajo las sábanas…

Tercer caso.

Un día descubrí que mi marido tenía un segundo teléfono. Mi hijo lo soltó sin querer y me dijo: “Mamá, he visto el teléfono molón de mi padre, que esconde en el garaje”. No pude resistirme y lo encontré, y la verdad es que era un teléfono muy caro.

Y antes de eso, le dije a mi marido que necesitaba comprarme unas botas nuevas, pero me dijo que ahora mismo no tenía dinero… Después de encontrar el teléfono, me senté en el suelo durante un buen rato y me eché a llorar. Cuando se me pasó la histeria, decidí que no me quedaría con ese hombre ni un día más.

Después de echarlo de mi vida, intentó justificarse durante mucho tiempo, me molestaba con llamadas telefónicas y durante el divorcio me pedía constantemente que no destruyera la familia. Esta persona ya no está en mi vida, por supuesto, permaneció en la vida de mi hijo, pero ya no está en la mía y nunca lo estará. Eché a esta persona de mi vida y de mi corazón de una vez por todas.

Ahora vivimos juntos con mi hijo. Después del divorcio, mi sueño mejoró, me volví más tranquila y dejé de irritarme por nimiedades. No voy a volver a casarme. Ya basta, ¡ya he ganado mucho dinero!

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