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Cuando se ama de verdad, se pierde la razón
Celia, ¿no crees que volvamos al pueblo? No sé cómo adaptarme a la vida de la gran ciudad. Llevo tres
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Atrapé a mi cuñada cuando estaba probándose mi ropa sin mi permiso
Aquel día, cuando descubrí que mi cuñada se probaba mis ropas sin permiso, todo se volvió un torbellino
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– ¡No hace falta decir que todo esto es culpa mía! – La hermana de mi novio solloza desconsolada. – ¡Jamás imaginé que algo así podría ocurrir! Ahora no sé qué hacer ni cómo seguir adelante. No tengo ni idea de cómo controlar la situación sin perder la dignidad. La hermana de mi novio contrajo matrimonio hace algunos años. Tras la boda, se decidió que los recién casados vivirían en casa de la madre del marido. Sus padres tienen un piso grande de tres habitaciones y solo un hijo. – ¡Conservo una habitación y el resto es para vosotros! – aseguró la suegra. – Todos somos personas educadas, así que creo que nos llevaremos bien. – ¡Podemos irnos cuando queramos! – dijo entonces el esposo a su mujer. – No veo nada malo en intentar convivir con mi madre. Si no nos entendemos, siempre podremos alquilar un piso aparte… Eso fue exactamente lo que hicieron. Pero al final, la convivencia resultó ser todo un reto. Tanto la nuera como la suegra pusieron de su parte, pero la situación empeoraba cada día. El malestar acumulado estallaba de vez en cuando y las discusiones se hacían cada día más frecuentes. – ¡Dijiste que si no podíamos vivir juntos, nos iríamos! – le espetó la mujer, rompiendo a llorar. – Pero ¿no nos hemos ido ya? – respondió la suegra, con suficiencia. – Son tonterías, no hay motivo para hacer las maletas y largarse por eso. Justo un año después de casarse, su mujer se quedó embarazada y dio a luz a un niño sano. El nacimiento del nieto coincidió con el momento en que la suegra dejó su antiguo empleo y no encontraba uno nuevo, pues nadie quería contratar a una mujer próxima a la jubilación. Así que la nuera y la suegra pasaban las veinticuatro horas juntas, sin posibilidad de escapar. El ambiente en casa se volvía cada vez más insoportable. El marido, mientras tanto, se encogía de hombros y escuchaba las quejas, ya que él era el único que trabajaba. – Ahora mismo no puedo dejar sola a mi madre porque no tiene recursos para vivir. No puedo abandonarla ni permitirnos un piso de alquiler y ayudarla al mismo tiempo. Cuando encuentre trabajo, nos iremos. Pero la paciencia de la joven mujer se agotaba. Recogió sus cosas y las de su hijo y se fue a casa de su madre. Al marcharse, le advirtió a su marido que no pensaba volver jamás a la casa de su suegra. Si le importaba su familia, debía buscar una solución. La mujer estaba convencida de que su esposo valoraba lo suficiente a su familia como para intentar recuperarla de inmediato. Pero se equivocaba. Hace ya más de tres meses que se fue con su madre, y el marido ni siquiera ha intentado recuperarla. El hombre sigue viviendo con su madre y habla con su esposa e hijo por videollamada al volver del trabajo y los visita los fines de semana en casa de su suegra. El marido disfruta de la atención y los cuidados de dos mujeres a la vez, la madre siente auténtica lástima por el hijo que su nuera enfadada le ha dejado, y además no se preocupa del niño. ¡El marido sale ganando! ¡Y la suegra vive posiblemente su mejor momento, porque en realidad no ha perdido nada! Mientras tanto, la joven esposa no es feliz en absoluto con esta situación. Quiere mucho a su pareja, aunque sabe que no está actuando correctamente. – ¿Qué esperabas al irte? – le pregunta el marido – Si quieres, puedes volver. Lo más probable es que la esposa no tenga intención de irse de casa de su madre ni se plantee alquilar un piso. La joven, de baja por maternidad, comprende que no tiene recursos para hacerlo. ¿Es este el final definitivo de la familia? ¿Crees que ella tiene alguna posibilidad, aunque sea mínima, de regresar a casa de su suegra y salir airosa de esta situación sin perder la dignidad?
¡No hace falta decir que todo esto es culpa mía! lloraba la hermana de mi amigo. Jamás imaginé que algo
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08
Mi amiga no me dio ni un céntimo para mi boda, y ahora me invita a la suya.
Querido diario, Hoy vuelvo a rebobinar los recuerdos de aquel día en que mi amiga Sara, que nunca me
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04
Tiempo para uno mismo
Es hora de mí El despertador de María suena a las seis y media, aunque podría levantarse más tarde.
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Mamá, él quiere que lo haga por él… Dice que todas las buenas mujeres saben hacerlo… ¿Y yo no valgo? Enséñamelo… Si todas pueden, yo también debería poder… Aún me sorprende que mi sobrina encontrara pareja a pesar de lo estricta que fue siempre su madre. Cuando Alina era niña, mi hermana se negó a llevarla a la guardería; en su adolescencia, no le permitía salir con amigas y la tenía siempre en casa, volviéndola casi una ermitaña. Incluso cuando estudió en la universidad de nuestra ciudad, su madre exigía que regresara antes de las seis de la tarde. Con veinte años, mi hermana la llamaba a las siete y media a gritos por no haber vuelto todavía. Todo era exagerado, rozando el absurdo. Alina conoció a su futuro marido en segundo de carrera, en la biblioteca. Él era dos años mayor, le pasaba sus apuntes y la ayudaba; sin darse cuenta se enamoró de ella y poco después empezaron a salir. Fue entonces cuando mi sobrina comenzó a romper las normas maternas sin mirar atrás. Al final se casó y su madre le permitió empezar una nueva vida. Ahora quiero contar una anécdota que ocurrió hace poco. Estaba en casa de mi hermana cuando llamó Alina, hablando entre lágrimas y risas, medio ininteligible: —Mamá, él quiere que lo haga por él… Dice que todas las buenas mujeres saben hacerlo… ¿Y yo no soy buena? Enséñame… si todas pueden, yo también debería poder… El rostro de mi hermana cambió de color en un segundo, pidió calma a su hija y le preguntó qué era eso que “todas las buenas mujeres” sabían hacer. —¡La sopa, mamá! —respondió Alina, y no pudimos evitar reírnos a carcajadas. —¡No os riáis de mí! —protestó—. No me enseñasteis a hacerla, he mirado recetas en internet, pero no me sale rica… Mi hermana y yo nos pusimos a explicarle paso a paso cómo preparar la sopa, entre risas y correcciones. Por la noche, mi sobrina nos llamó para agradecer la ayuda: su marido la felicitó, la sopa estaba buenísima y, sobre todo, ahora dice que se siente toda una mujer.
Mamá, él quiere que lo haga para él… Dice que todas las buenas mujeres saben hacerlo…
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02
No pienses mal de mí
No pienses mal de mí. María González espera con impaciencia las vacaciones de Año Nuevo; ha reservado
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070
¡Al final no pasó nada grave! Bueno, a los hombres les pasa: se les va la mano y no pueden parar a tiempo
Vero, al final no ha pasado nada tan grave. ¡Vamos, son cosas que les pasan a los hombres! Se dejó llevar
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Tú misma la trajiste hasta nosotros
12 de junio de 2024 Hoy he vuelto a repasar en mi cabeza los últimos meses como quien hojea un álbum
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016
En España se rescatan niños de los orfanatos, y yo decidí sacar a mi abuela de la residencia. Ninguno de mis amigos ni vecinos estuvo de acuerdo con mi decisión. Todos me señalaban con el dedo y decían: “Los tiempos están difíciles, ¡y tienes a esa persona en casa!” Pero estoy seguro, no, ¡sé que hago lo correcto! Antes vivíamos como una familia de cuatro: yo, mis dos hijas y mi madre. Por desgracia, mi madre falleció hace ocho meses y quedamos sólo las tres. Durante estos meses, mis hijas y yo nos dimos cuenta de que aún teníamos mucha energía y tiempo para ayudar a alguien. Un amigo mío del colegio, en vez de formar una familia o centrarse en su carrera a los treinta, terminó bebiendo hasta morir. Lo más triste es que gastaba la pensión de su madre en alcohol. Cuando ella dejó de dársela, simplemente la metió en una residencia, le quitó el piso y siguió bebiendo. A esa mujer la conozco desde que era pequeña, igual que ella me conoce a mí. Una vez al mes, mis hijas y yo íbamos a verla y le llevábamos dulces típicos. A mis hijas les encantó la idea, y la pequeña, que ahora tiene 4 años y medio, gritó de alegría: “¡Vamos a tener abuela otra vez!” Pero no os podéis imaginar la alegría con la que recibió mi propuesta esa mujer. Lloró tanto de emoción que tuve que consolarla. Ya llevamos casi dos meses conviviendo con nuestra abuela, y nos queremos mucho. Lo curioso es que no entendemos de dónde saca nuestra abuela, con sus casi ochenta años, tanta energía: cada día se levanta a las seis de la mañana y nos despierta el olor de tortitas o crêpes recién hechas.
Hace mucho tiempo, en una época distinta en la que la vida parecía discurrir más despacio, decidí sacar
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