Me hice una prueba de ADN y me arrepiento Tuve que casarme cuando supe que mi novia estaba embarazada.
¡Mira, Antonio! escupe Nicolás, mientras ajusta una llave inglesa en su moto. Acabáis de celebrar la boda.
Aló, Alicia, siéntate pidió Víctor con voz grave mientras apagaba la estufa. Alicia giró lentamente
Una Llegada Sorpresa en Madrid y la Verdad que Nunca Quise Saber Llegué a casa de mi hija sin avisar
No te vayas, mamá. Una historia familiar Dicen en los refranes de la vieja Castilla: el hombre no es
Sabes dijo Carmen a su hija, buscando las palabras, a veces los mayores actúan de forma más ridícula
Siempre recuerdo aquel día de lluvia de verano, cuando el sol ya se asomaba tímido y el agua caía suave
**Diario de una separación** Me divorcié en mayo. Él se fue, dando un portazo, hacia alguien más joven
No estaba sola. Una historia sencilla
Amanecía en una fría mañana de invierno madrileña. Los barrenderos raspaban con fuerza la nieve en el patio del antiguo bloque de pisos.
La puerta del portal no dejaba de golpear, dejando salir a los vecinos apurados camino al trabajo.
El gato Felis, apodado Feli, observaba desde el alféizar del sexto piso todo aquel bullicio.
En su vida anterior, Feli había sido financiero y entonces nada le importaba salvo el dinero.
Ahora había entendido que hay cosas más importantes en la vida.
Ya sabía que nada vale tanto como una mirada amable, la calidez de un corazón bueno, y un techo seguro sobre la cabeza. El resto vendrá solo.
Feli echó un vistazo atrás: en el viejo sofá dormía abuela Carmen, su salvadora.
El gato bajó del alféizar y se acurrucó en la almohada, juntando su pelaje cálido y suave a la cabeza de la anciana.
Él sabía que cada mañana a la abuela Carmen le dolía la cabeza y hacía lo posible por ayudarla ahora.
— ¡Felillo, buen doctor estás hecho! —exclamó la abuela al abrir los ojos y sentir su cuerpecito suave—. Otra vez me has quitado el dolor, ¡qué apañado eres! ¿Cómo lo harás, pillín?
Feli agitó la patita, como diciendo que aquello era coser y cantar para él, que podía con mucho más.
En ese instante se oyó un gruñido bajo desde el pasillo. Era el perro Chispa, que se moría de celos.
Chispa llevaba años siendo el fiel y leal amigo de la abuela Carmen.
Al menor ruido de pasos desconocidos, siempre ladraba fuerte para que todos supieran que la abuela tenía guardaespaldas.
Por eso mismo, él se sentía el amo de la casa.
“¿Qué habrá sido Chispa antes? ¿Un jefe de obra quizás, o un guardia municipal?”, pensaba Feli mirando al perro, “¡qué escandaloso es! Bueno, mientras proteja la casa, tampoco está mal…”.
— Ay, mis queridos, ¿qué haría yo sin vosotros? —dijo la abuela Carmen mientras se levantaba del sofá con esfuerzo—. Ahora os doy desayuno y luego salimos a la calle.
Y si en unos días me pagan la pensión… ¡compramos un buen pollo!
La sola mención de “pollo” provocó la alegría general.
El gato empezó a amasar el sofá con las patas, ronroneando fuerte y frotando su gran cabeza contra la mano artrítica y frágil de la anciana.
— Ay, cabezón, qué travieso eres, entiendes todo lo que te digo —se enterneció la abuela. El perro ladró, mostrando que él también lo había entendido, y empujó sus rodillas con su húmeda nariz.
“Vaya, qué almas tan vivas…”, pensaba la abuela sonriente. “Con ellos en casa, todo es más cálido y el corazón menos solo”.
“Cuando yo me muera, ¿qué será de ellos? Nadie lo sabe, cada uno dice una cosa… ¡a ver quién lo entiende!”.
“Yo querría ser gato si pudiera reencarnarme, y caer en manos de buena gente. Perro no lo resistiría, no me da la voz para tanto ladrido… soy tranquila. Aunque quién sabe… pero de gata, sería buena, muy cariñosa. Sólo pediría buenos dueños…”
— ¡Menudas cosas se le pasan a una por la cabeza! —rió la abuela Carmen de sí misma—. ¡Qué cosas tiene la vejez…!
No se dio cuenta de la sonrisa burlona de Feli, que miraba altivo al perro.
Como diciendo: ¡ves, si hasta la abuela quiere ser gata, no perro!
Además, Feli ahora sabía leer pensamientos… eso era un buen premio considerando todo.
Así van las cosas, mirad dónde hemos llegado. No era una mujer solitaria. Una historia sencilla Se desperezaba la mañana de invierno, tardía y fría.
Mañana, Lola se despertó con fiebre. El día anterior había ido al cementerio de la sierra de Guadarrama