*La Noche Antes del Amanecer*

**Noche antes del amanecer**

Cuando a Lucía le empezaron las contracciones, el reloj marcaba las tres menos cuarto. El apartamento estaba en penumbra, con esa humedad que traen las noches de lluvia fina. Las farolas pintaban reflejos borrosos en el asfalto. Adrián se levantó del sofá antes que ellano había dormido, pasó la noche entera dando vueltas en la cocina, revisando la bolsa de hospital o mirando por la ventana. Lucía, tumbada de lado, presionaba una mano contra el vientre y contaba los segundos entre cada dolor: siete minutos, luego seis y medio. Intentó recordar la respiración del vídeoinhalar por la nariz, exhalar por la boca, pero le salía entrecortada.

¿Ya? preguntó Adrián desde el pasillo, su voz apagada tras la puerta entreabierta.

Parece que sí Se incorporó con cuidado y sintió el frío del suelo bajo sus pies descalzos. Las contracciones son más seguidas.

Llevaban todo el mes preparándose: compraron una bolsa azul grande, metieron todo lo de la lista descargada de internetDNI, tarjeta sanitaria, historial médico, camisón de repuesto, cargador del móvil y hasta una tableta de chocolate por si acaso. Pero ahora hasta ese orden les parecía frágil. Adrián revuelve el armario, repasando las carpetas.

El DNI lo tengo La tarjeta Aquí está ¿Dónde está el historial médico? ¿No lo cogiste ayer? Hablaba rápido y bajo, como si temiera molestar a los vecinos.

Lucía se levantó con esfuerzo y fue al bañoal menos quería lavarse la cara. Olía a jabón y toallas húmedas. En el espejo, una mujer con ojeras y el pelo revuelto la miraba.

¿Llamamos ya un taxi? preguntó Adrián desde el pasillo.

Vale Pero revisa otra vez la bolsa

Los dos eran jóvenes: Lucía tenía veintisiete años, Adrián poco más de treinta. Él trabajaba como ingeniero en una fábrica local; ella daba clases de inglés antes de la baja maternal. El piso era pequeñosalón-comedor y un dormitorio con vistas a la avenida. Todo hablaba de cambios: la cuna ya montada en un rincón, con una pila de pañales dentro; una caja de juguetes regalados por amigos al lado.

Adrián pidió un taxi por la aplicaciónel icono amarillo apareció al instante en la pantalla.

Llega en diez minutos Intentaba sonar tranquilo, pero los dedos le temblaban sobre el móvil.

Lucía se puso una sudadera sobre el camisón y buscó el cargador: la batería estaba al dieciocho por ciento. Metió el cable en el bolsillo de la chaqueta junto a una toallitapor si hacía falta.

El recibidor olía a zapatos y a la chaqueta húmeda de Adrián, puesta a secar tras el paseo de la tarde anterior.

Mientras se preparaban, las contracciones se hicieron más fuertes y frecuentes. Lucía evitaba mirar el relojprefería contar respiraciones y pensar solo en el camino que tenían por delante.

Bajaron al portal cinco minutos antes. La luz tenue del descansillo iluminaba el ascensor, por donde subía una corriente de aire frío. En las escaleras hacía fresco; Lucía se ajustó la chaqueta y apretó la carpeta con los documentos contra el pecho.

Afuera, el aire era húmedo para ser mayo: la llovizna resbalaba por el tejadillo del portal, y los pocos transeúntes que había se apresuraban, encogidos en sus abrigos.

Los coches en el patio estaban aparcados sin orden; a lo lejos, un motor ronroneabaquizá alguien calentando el coche antes del turno de noche. El taxi ya llevaba cinco minutos de retraso; el punto en el mapa avanzaba lento, como si el conductor diera vueltas entre calles secundarias.

Adrián comprobaba el móvil cada treinta segundos:

Dice que llega en dos minutos Pero está dando un rodeo. ¿Habrá obras?

Lucía se apoyó en la barandilla e intentó relajar los hombros. De pronto recordó el chocolatemetió la mano en el bolsillo lateral de la bolsa y lo palpó. Una tontería, pero le reconfortaba tener algo familiar en medio del caos.

Por fin, unos faros aparecieron tras la esquina: un Renault blanco frenó frente al portal. El taxistaun hombre de unos cuarenta y cinco años, con cara cansada y barba cortaabrió la puerta trasera y ayudó a Lucía con el equipaje.

¿Buenas noches! ¿Al hospital? Entendido. Abróchense, por favor.

Hablaba con energía, sin levantar la voz; sus movimientos eran precisos. Adrián se sentó junto a Lucía. La puerta cerró con un golpe secodentro olía a aire fresco mezclado con restos de café de la termo junto al freno de mano.

Al salir a la calle, se toparon con una retención: unas máquinas trabajaban en la calzada bajo focos amarillos. El taxista subió el volumen del GPS:

Vaya ¡Dijeron que terminarían a medianoche! Tomaremos un desvío.

En ese momento, Lucía recordó de pronto:

¡Para! ¡Olvidé el historial médico! ¡No me admitirán sin él!

Adrián palideció:

¡Vuelvo ahora! ¡No estamos lejos!

El taxista miró por el retrovisor:

Tranquilos. ¿Cuánto tardará? Esperaré aquí el tiempo que haga falta.

Adrián salió corriendo del coche, salpicando charcos. Regresó a los cuatro minutos, sin alientocon el historial y las llaves (las había dejado puestas en la cerradura y tuvo que volver a subir). Mientras, el taxista esperó en silencio. Cuando Adrián se sentó, el hombre asintió:

¿Todo bien? Pues seguimos.

Lucía apretó los documentos contra el pecho. La contracción fue más intensarespiró hondo, con los dientes apretados. El coche avanzaba lento junto a las obras; tras el cristal empañado, se veían carteles de farmacias abiertas y figuras bajo paraguas.

Dentro reinaba un silencio tenso, solo roto por las indicaciones del GPS y el leve crepitar de la calefacción.

Al rato, el taxista habló:

Tengo tres hijos. El primero también nació de madrugada, pero entonces fuimos andando al hospitalhabía medio metro de nieve. Luego lo recordamos como una aventura.

Esbozó una sonrisa:

No se agobien antes de tiempo. Lo importante es tener los papeles y estar juntos.

Lucía notó que, por primera vez en media hora, se sentía un poco más tranquila. La calma de aquel hombre le hacía más efecto que cualquier consejo de internet. Miró a Adriánél también le sonrió, aunque con la tensión aún en la mirada.

Llegaron al hospital poco antes del amanecer. La llovizna seguía, pero más débil, como si estuviera cansada. Adrián fue el primero en ver la franja clara en el horizontela ciudad se teñía del gris perlado del alba. El taxista aparcó junto a la entrada, donde había menos charcos. Ambulancias esperaban cerca, pero quedaba sitio para bajar.

¡Hemos llegado!dijo, volviéndose. Les ayudo con la bolsa.

Lucía se incorporó con dificultad, sosteniendo el vientre y apretando la carpeta. Adrián salió primero y le ofreció el brazo para ayudarla a pisar el asfalto mojado. Entonces, otra contracción la doblótuvo que pararse y respirar hondo. El taxista cogió la bolsa y avanzó hacia la puerta.

Cuid

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