Fiesta para dos
Cuando era pequeña, Almudena García acompañó a sus padres a la boda de una prima lejana. Al principio todo le parecía curioso, pero pronto vio a los novios agotados, con la cara larga tras los interminables gritos de ¡Amargo! y sin una sonrisa a la vista. Mientras ellos apenas se movían, los invitados daban saltos de alegría, bailaban, cantaban y vitoreaban sin parar.
Almudena, con apenas diez años, se cansó de aquel alboroto y, con una seriedad que no le era propia, decidió que jamás tendría una boda así. Sentía lástima por el novio y la novia.
Si me caso mejor no casarme nunca se dijo.
Los años pasaron, Almudena creció y, cuando conoció a Marcos Ortega, se olvidó de esas dudas. Cada vez que estaba a su lado, el mundo desaparecía y sólo quedaban él y ella.
Qué suerte la mía de tener a alguien que me entiende con la mitad de una frase, o incluso con la mitad de una mirada pensaba al acostarse. Menos mal que encontré a Marcos.
Almudena sabía que amaba a Marcos; lo había comprendido hace tiempo y lo atribuía a su entrega, a que la adoraba y le quitaba hasta los granos de polvo de los hombros.
Con Marcos la confianza es total comentó a su amiga Lidia. Hay un entendimiento perfecto y, sobre todo, respeto por mi opinión, incluso cuando no coincide con la suya.
¡Qué feliz eres, Almudena! Es raro hallar una pareja que se entienda tan bien replicó Lidia. Yo y mi Sergio todavía estamos aprendiendo a ceder, y ni idea tengo si quiero casarme o no.
Lo descubrirás, el tiempo lo aclara le aconsejó Almudena. No es que ya estés lista para dar el paso
Claro, eso pienso también. Mi madre no aprueba a Sergio, y él no me convence mucho suspiró Lidia.
Marcos y Almudena se entendían de mil maneras, por lo que la inscripción en el Registro Civil fue tan natural como respirar.
Almudena, ya veo que ha llegado el momento de dar el sí le propuso Marcos mientras la acompañaba a su piso. ¿Qué te parece?
¿Qué me parece? Me parece normal, sin dudas de que ha llegado la hora. Solo que no sé cómo organizar la boda. No quiero invitar a un montón de gente exclamó, recordando la boda de su infancia y la promesa que se había hecho entonces.
Marcos soltó una carcajada, comprendiendo la aversión al alboroto.
A lo mejor te preocupa, pero quizás sea distinto con nosotros.
Claro que no, la verdad es que quiero una boda solo para los dos. No me apetece que sea un caos de gritos y aplausos.
Pues a mí tampoco me gusta la muchedumbre contesto Marcos. Vete a dormir, mañana lo hablamos la empujó amable hacia la puerta del edificio.
Esa noche Almudena no pudo conciliar el sueño; de verdad no quería una boda ruidosa. Tenía veintiséis años, él veintiocho, y ya no pensaban como veinteañeros. Al día siguiente, después del trabajo, se encontraron en una terraza de la Plaza Mayor y volvieron a hablar del tema.
Marcos, sigo pensando que la fiesta debería ser solo para nosotros dos dijo Almudena.
¡Para dos, qué romántico! exclamó él. Imagina un salón enorme, mesas impecables y solo nosotros. ¿Te lo ves? Yo de frac, tú de blanco, velas encendidas, música suave ¿no? añadió con una sonrisa pícara. Brindamos con cava y nos felicitamos mutuamente.
Dejemos el humor, lo hablo en serio: quiero una boda para dos, y lo digo en serio. Pero, ¿cómo lo explicaremos a los padres? dijo Marcos. Mis abuelos se escandalizarán, soy hijo único y tú eres la única hija de tus padres.
Exacto, la vida es nuestra, pero ellos deciden replicó Almudena, ligeramente irritada.
Almudena, esas son tradiciones reflexionó Marcos.
Yo no necesito tradiciones. Me imagino casándonos en una pequeña capilla de los Picos de Europa, rodeados solo por la montaña soñó ella.
¡Vaya, hasta nos vamos a casar con anillos de plata de los pirineos! se rió él.
Eso son mis fantasías, Marcos.
Si hablamos en serio, podemos firmar en el Registro y luego irnos de luna de miel, así estaremos solos propuso.
Irnos de luna de miel no es boda, yo quiero la ceremonia para dos.
De acuerdo, ya lo tienes, una boda para dos sonrió él. No importa si llevas un vestido blanco o una sudadera con jeans, y a mí me vale el frac o nada. Pero los viejos siempre quieren lo suyo.
No, por favor, ni jeans, quiero vestido blanco, y tú de frac. Imagínate: firmamos en el Registro, tú me levantas en brazos y nos subimos a un yate
¡Qué idea! se rió Marcos.
Una semana después, sin que sus progenitores se dieran cuenta, enviaron la solicitud al Registro Civil. Quedaban dos meses para la boda, pero todavía no sabían cómo organizarla. Confiaban en que el tiempo les daría respuesta.
Aquella tarde, estaban en la habitación de Marcos, con la lluvia golpeando la ventana, y escucharon la puerta abrirse. Era Carmen, madre de Marcos, que entró con una sonrisa curiosa.
¡Hola, jóvenes! dijo. ¿Qué celebráis? ¿Una boda? He oído que habláis de cava.
Pues celebramos el tercer aniversario de conocernos contestó Marcos.
Pensaba que os íbais a casar dijo Carmen, mirando a los dos. Y además, me han contado por el vecino que habéis presentado una solicitud en el Registro.
Mamá, ¿cómo sabes todo? preguntó Marcos. ¿Tienes un radar en la ciudad?
Yo solo sé lo que se cuece en casa repuso ella, riendo.
Almudena tomó la palabra.
Sí, hemos presentado la solicitud y estamos pensando cómo será la boda.
¿Y a quién le corresponde pensar? Nosotros, los padres, nos encargaremos. Vosotros solo comprad el vestido, los anillos y el traje de Marcos declaró Carmen con determinación.
No queremos una boda fastuosa con cientos de invitados; nos bastaría con una ceremonia íntima dijo Marcos en voz baja.
¿Cómo? No será posible. Una boda es una boda insistió Carmen.
En ese momento entró Ramón, padre de Marcos, con una sonrisa de oreja a oreja.
¿Me perdí algo? ¿Hablan de boda? ¡Por fin la fiesta!
Papá, queremos una boda solo para los dos respondió Almudena, mientras la madre se llevó una mano al pecho.
En nuestra familia no se hace así exclamó Ramón. ¿Cómo que no queréis que veamos el día más importante? El único hijo ¿no tenéis parientes? No vamos a romper la tradición. Será en un restaurante, con todos los invitados.
¿Por qué tenemos que seguir lo que ustedes quieren y no lo que nos gusta a nosotros? replicó Marcos.
Porque interrumpió Ramón con tono autoritario y salió de la habitación.
Cuando Marcos acompañó a Almudena a casa, le dijo:
Ahora te toca a ti decirles a los padres qué vamos a hacer. Veremos qué responden.
Responderán lo mismo que tú
En casa, la madre de Almudena la recibió con el ceño fruncido.
¿Qué pasa, hija? preguntó la niña, asustada. ¿Tienes otro infarto?
No, mamá, es el alma. Carmen me ha llamado y me ha contado que no aprueban una boda para dos, que ya habéis presentado la solicitud a escondidas ¿Qué habéis inventado?
Entiendo, hija. Pensaba que al menos nos apoyaríais, pero no
Pues, hijo intervino el padre. Las tradiciones son como el gazpacho: no se pueden cambiar. No sois los primeros ni los últimos en casarse.
Papá, no quiero arruinar el día más importante de mi vida suplicó Almudena.
Si yo digo que sí, lo haremos. Nada se arruinará.
Papá, quiero boda para dos y un yate.
¿Quién se opone? Tendréis el yate y la luna de miel después pero primero una boda decente.
Almudena comprendió que Marcos tenía razón: los padres acabarían imponiendo su versión, con sus tradiciones y sus cientos de invitados. Nadie los respaldó. Cuando Marcos contó a su amigo Sergio sus planes de una ceremonia íntima, éste respondió decepcionado:
¡Vaya! Yo creía que haríamos algo como se debe
Aún no está decidido, Sergio. Los padres se interpondrán, pero veremos… le dijo Marcos, dándole una palmada en el hombro.
Así es, todo a la manera de los mayores
Faltaba poco para el día del enlace. Los progenitores se ocupaban de los preparativos, preguntando:
¿Qué flores pedimos, blancas o rosadas? ¿Cuántos invitados? Ya hemos contado, seremos doscientos.
Almudena y Marcos se miraban con los ojos como platos, sin poder creer la cantidad de gente.
Pensábamos en una celebración modesta dijo Marcos.
Claro, modesta. No os preocupéis, lo organizaremos todo. El día de la boda os llevaremos al aeropuerto y luego os enviaremos a la costa, así estaréis solos prometió Ramón. Al final será solo vosotros dos.
La boda se celebró en un elegante restaurante del centro de Madrid, con un salón adornado de flores blancas. Antes de la ceremonia, la cabeza de Almudena daba vueltas; los padres no les habían revelado nada y ella temía que se preparara algo desmesurado.
Llegó el día. Almudena salió del portal con su vestido blanco, y allí estaba Marcos, impecable de frac. El ambiente festivo la envolvió y se sintió feliz, rodeada de sus familiares, amigos y compañeras.
Me encanta este alboroto pensó Almudena. Todos mis seres queridos están aquí.
El salón brillaba con arreglos de flores, risas y brindis, y el clásico grito de ¡Amargo! resonó entre los presentes. Almudena estaba radiante, y Marcos, más que nunca, compartía su alegría.
Al caer la tarde, ya habían subido al avión que los llevaría a su luna de miel.
Qué rápido y maravilloso ha sido todo se dijeron, mientras el avión se alejaba sobre la meseta castellana.






