EL CANGURO QUE SALVÓ A SU HUMano
En una aislada finca entre eucaliptos y colinas secas, vivía Jim Hawkins, un granjero retirado de 71 años que prefería la compañía de los animales al bullicio de la ciudad. Su esposa había muerto diez años antes, y desde entonces su universo se limitaba a su casa, su huerto y a un canguro huérfano que había rescitado cuando apenas medía lo mismo que una botella de leche. Lo llamó Miro.
No es una mascota le repetía Jim. Es un compañero de vida.
Miro creció con rapidez. Saltaba libre por el terreno, pero siempre terminaba durmiendo cerca del porche. Cuando Jim escuchaba la radio, el canguro se recostaba a su lado. Cuando trabajaba en la tierra o reparaba la cerca, lo seguía como una sombra silenciosa.
Una mañana, mientras reparaba el cobertizo, Jim tropezó con una tabla suelta y sufrió una caída fuerte que le dejó inmóvil, con una fuerte contusión en la espalda. Su viejo móvil Nokia estaba dentro de la casa y nadie llegaría en menos de dos días.
Miro murmuró entre dientes apretados. Ayúdame, chico.
El canguro se acercó, olfateó el rostro de su amo y, con la pata que Jim logró agarrar, lo señaló hacia la vivienda.
Ve. Busca ayuda ve.
Resultó extraño pensar que un canguro pudiera comprender. Sin embargo, Miro dio un salto y se encaminó a la casa, dejando a Jim creyendo que había huido.
Quince minutos más tarde, un sonido familiar rompió el silencio.
¡Señor Hawkins! ¿¿Está bien?? exclamó Sarah, la joven veterinaria que de vez en cuando visitaba la granja para revisar a los animales salvajes que Jim cuidaba. Miro había llegado al camino donde estaba la furgoneta de Sarah y empezó a golpear el suelo con sus patas, emitiendo ruidos extraños, mirando al vehículo, corriendo y volviendo una y otra vez. Su insistencia fue tal que ella lo siguió.
Nunca había visto a un animal actuar así comentó más tarde. Fue como si me gritara sin usar la voz.
Jim fue trasladado al hospital con tres costillas fracturadas y una lesión en la cadera. Si Miro no hubiera pedido auxilio, el anciano habría permanecido allí, tirado solo y sin agua, durante más de un día.
Los periódicos locales cubrieron la historia bajo el título El canguro héroe. Miro apareció incluso en la televisión nacional, luciendo un pañuelo rojo alrededor del cuello.
Jim se recuperó, aunque su mirada cambió para siempre.
Yo pensé que yo lo había salvado dijo con la voz quebrada. Pero él me enseñó que el amor verdadero no necesita palabras, solo saltos valientes.
Hoy, en la entrada de la finca, cuelga un cartel pintado a mano que reza:
Aquí vive un hombre y el canguro que no le dejó morir solo.
Si pasas en silencio al atardecer, quizá veas a Miro recostado en el porche, con los ojos entrecerrados, vigilando al viejo que le dio una segunda oportunidad y que, sin saberlo, le devolvió la vida.






