Hoy me apetece escribir sobre lo que le pasó a mi amiga Lucía. Siempre tan segura de sí misma, esta mañana la encontré mirándose al espejo en la oficina, retocando su labial rojo con ese gesto de frustración que ya reconozco. “¿Cómo es posible que no me mire?”, masculló. “Bueno, en la fiesta de empresa seguro que no podrá evitarlo.” Así empezó todo este lío.
Lucía y su autoconfianza
Conozco a Lucía desde la universidad. Tiene 32 años, es guapísima, va siempre impecable y sabe cómo llamar la atención. Los hombres se giran cuando pasa, y ella usa ese magnetismo como nadie. En nuestra pequeña empresa de tecnología, es la reina del marketing: vestida como para una pasarela, con chistes que hacen reír hasta al jefe más serio.
Hasta que llegó Adrián. Alto, atractivo, educado… vamos, el blanco perfecto para Lucía. Pero ahí empezó el problema: Adrián parecía inmune a sus intentos de coqueteo. Me contó cómo lo invitó a un café y él, amable pero firme, dijo que estaba ocupado. Luego “casualmente” coincidieron en el ascensor, pero él solo sonrió y se fue.
“¿Le daré miedo lo perfecta que soy?”
Después de otro intento fallido, Lucía entró en mi despacho como una tromba: “¿Estará en otra onda o qué? ¡Es que ni me mira!” Se arreglaba el pelo frente al espeñjo mientras repasaba el carmín, como preparándose para otra batalla. Yo me reí: “Lucía, quizá es tímido. O tiene novia.” Pero ella no cedió: “No, Marta, aquí hay gato encerrado. Con los demás habla normal, ¡pero conmigo es como si fuera invisible!”
Decidió que la fiesta de empresa sería su gran oportunidad. Se compró un vestido nuevo, fue a la peluquería e incluso planeó cómo “casualmente” sentarse junto a Adrián. “Ahí no podrá resistirse”, dijo con esa seguridad que la caracteriza.
La fiesta y el giro inesperado
Llegó el día. Lucía estaba radiante: vestido rojo, maquillaje perfecto, sonrisa de anuncio. Todos los compañeros la miraban, menos Adrián, que parecía evitarla deliberadamente. Bailaba con otras chicas, reía con los chicos, pero a ella ni se acercó. Noté cómo se le iba agotando la paciencia, aunque seguía sonriendo.
En un momento, vi a Adrián salir a la terraza con nuestro compañero Javier. Hablaban muy cerca, riéndose, hasta que Adrián le apoyó una mano en el hombro. Lucía lo vio y se le cayó el alma a los pies. “Marta, ¿lo has visto?”, susurró. “¿En serio… es eso?” Yo me encogí de hombros: “Igual solo son amigos.” Pero ella ya había conectado los puntos.
¿Qué pasó al final?
Después de la fiesta, Lucía se calmó un poco, pero seguía dolida. No era tanto por el rechazo, sino por la vergüenza: “Me he esforzado tanto, y resulta que no le interesan las mujeres.” Más tarde, supimos por otros compañeros que Adrián tenía pareja… y era un hombre. Al principio, Lucía se enfadó por no haberlo pillado antes, pero luego se rio: “Bueno, al menos ya sé por qué no le gustaba. ¡Y yo pensando que era algo mío!”
Ahora bromea diciendo que esto le enseñó a no confiarse tanto. Sigue coqueteando, pero sin tanta insistencia. Y con Adrián, curiosamente, se llevan bien—resultó ser un tío estupendo, solo que con gustos distintos.
¿Os ha pasado algo parecido? ¿Cómo lleváis los rechazos? ¿O tenéis algún consejo para que Lucía encuentre pronto otro “objetivo”? ¡Contadme, que esto es un drama compartido!