Cachorrito travieso

**Diario de Lucía**

Hoy, como siempre, solo estamos mi hijo y yo. Su padre existe, claro, pero a él no le importamos. Dani aún no me pregunta por él. En el colegio, los niños se fijan en quién tiene los padres más guays, pero en el parvulario lo único que importa son los juguetes, no si tienes o no padre.

Prefiero que Dani no sepa que me enamoré perdidamente de quien sería su padre. Cuando le dije que estaba embarazada, él soltó que estaba casado. Que tenía problemas con su mujer, pero que no podía dejarla porque su suegro era su jefe. Que, si lo hacía, se quedaría en la calle, y yo no querría a un hombre así. Incluso me sugirió que “solucionara” lo del niño, porque no vería ni un euro de manutención. Y que, si insistía, me arrepentiría.

No le di más vueltas. Desaparecí de su vida y crié a Dani sola. Mi hijo es un encanto, y con eso me basta.

Soy profesora de primaria, y Dani, con sus cinco años, va al parvulario. No necesitamos a nadie más.

Después de Reyes, llegó un nuevo profesor de gimnasia al colegio. Alto, en forma, sonriente. Todas las maestras solteras, que son la mayoría, no paraban de mirarlo y hacerse las simpáticas. Yo, en cambio, ni lo miraba ni le seguía el juego con sus chistes. Quizá por eso me eligió a mí.

Un día, al salir del colegio, un todoterreno se detuvo frente a mí. Bajó él y me abrió la puerta.

—Sube —sonrió, señalando el asiento.

—No hace falta, vivo cerca —dije, confundida.

—Es mejor ir en coche que andar, aunque sea poco —respondió con lógica.

Vacilé, pero al final entré. Él cerró la puerta y preguntó:

—¿A qué dirección?

—No lo sé. Solo sé el número del parvulario —respondí, bajando la mirada.

—¿Qué parvulario? —preguntó, desconcertado.

—Al que va mi hijo —aclaré.

—¿Tienes un hijo? ¿Qué edad tiene? —De repente, me tuteó.

—Dani. Tiene cinco años —contesté, agarrando el tirador—. Mejor voy andando.

—Espera. Vamos —dijo, arrancando el motor.

Cerré la puerta. Total, ¿qué mal había en que me llevara a recoger a Dani? De todas formas, no iba a pasar nada entre nosotros. ¿Para qué querría un hombre a una mujer “con equipaje” si hay tantas solteras y sin hijos?

—Bueno, si no tienes prisa… —suspiré.

—Ninguna. No me espera nadie. Ni esposa, ni hijos —soltó, como si quisiera ahorrarme preguntas.

—¿Y eso? ¿Muy mal carácter? ¿O alguna mujer te dejó tocado? —pregunté, medio en broma.

—Vaya, qué borde. No me lo esperaba. Con esa cara de buena. Ha habido de todo: amor, desengaños. Pero boda, ninguna. Y no siempre por mi culpa. El carácter… Bueno, nadie es perfecto, ¿verdad, Lucía? Tú tampoco eres tan tranquila como pareces.

—¿Te arrepientes de haberme parado? Ah, gira por aquí —pedí apresurada.

El coche se detuvo frente al parvulario.

—Te espero —dijo mientras yo salía.

Me quedé un momento junto al coche.

—No hace falta. Vivimos muy cerca. No quiero que mi hijo haga preguntas. ¿Entiendes, Javier? —Lo miré con severidad, como a un alumno despistado—. No nos esperes.

Cerré la puerta y me fui. Él se quedó un rato pensando antes de arrancar y marcharse. Al salir con Dani diez minutos después, respiré aliviada… y un poco decepcionada. Estaba claro. Una mujer con hijo no le interesaba. Bueno, mejor así. “Tampoco lo necesitamos”, pensé.

Pero al día siguiente, Javier volvió a esperarme.

—Sé que pensaste que huí al saber lo de tu hijo. Pues no. Sube. ¿Al parvulario? —preguntó como si nada.

Sonreí y asentí. Cuando acerqué a Dani al coche, el niño miró a Javier con la misma seriedad que yo el día anterior, y luego me miró a mí.

—Es mi compañero, Javier. Trabaja en el cole. Vamos, sube —dije, forzando un tono alegre para ocultar mi incomodidad.

Dani no saltó de alegría ni corrió hacia el coche. Subió al asiento trasero en silencio y se quedó mirando por la ventana.

—¿Adónde vamos? —preguntó Javier, volviéndose hacia él.

—A algún sitio cerca. Sin silla pueden multarnos —respondí por él.

—Pues al centro comercial. Hace frío para pasear. ¿Te parece, Dani? —preguntó con entusiasmo.

Dani no contestó. Seguía absorto en la ventana. Javier sonrió y arrancó.

En el colegio, todos callaban cuando yo entraba en la sala de profesores. Y cuando aparecía Javier, salían con sonrisas cómplices.

Él no tenía prisa. Paciencia. Dos veces cenó en casa y se fue. La tercera, se quedó hasta la mañana. Dormí mal, despertándome para mirar el despertador, temiendo que Dani nos pillara en la cama.

—Venga, ya es mayor. Que se vaya acostumbrando —dijo Javier al amanecer, abrazándome.

Pero me solté y me levanté. Entre semana cuesta sacar a Dani de la cama, pero justo hoy podía despertarse pronto. Cuando entró en la cocina tras lavarse, yo ya freía torrijas y Javier estaba sentado a la mesa.

—Hola —dijo Dani, sorprendido, mirándome a la espera de una explicación.

—¿Te has lavado? Pues a desayunar —sonreí, primero a Javier, luego a él, y acerqué la sartén a la mesa.

Le serví primero a Javier, luego a Dani, algo que mi hijo notó al instante.

—Buen provecho. ¿Cuánto azúcar? —pregunté a Javier.

—Dos. —No quitaba ojo a Dani—. A ver, ¿quién termina antes las torrijas?

—¿Por qué? —preguntó Dani, serio.

—Por nada. Un reto. Un hombre acepta los desafíos y trata de ganar. ¿Empezamos? —dijo, metiéndose un trozo en la boca y sorbiendo el café.

Dani comió sin ganas, sin interés en competir. Me alegró que no cayera en el “a ver quién puede”, pero también me entristeció ver que Javier no le caía bien.

—Tu madre dice que pronto es tu cumple. ¿Qué quieres? ¿Un transformer? ¿Un coche a control remoto? —Javier dejó de comer rápido, probando otra táctica.

—Quiero un cachorro —dijo Dani.

—¿Uno de esos electrónicos? Eso es para pequeños —respondió Javier, decepcionado.

—Uno de verdad. —Dani lo miró con desdén.

—Ya hablamos de eso. Un perro necesita atención. No es un gato. No puedes dejarlo solo. Morderá muebles, hará pis… Hay que sacarlo a pasear. Y nosotros no estamos en casa —intervine—. Cuando seas mayor y puedas ocuparte tú…

—Entonces no quiero nada. —Dani no ocultó su decepción.

—Acaba. Iremos a una tienda, a ver si encuentras algo —dijo Javier, terminando su torrija.

A finales de marzo, volvió el frío. La nieve casi había desaparecido, pero de pronto cayó aguanieve, con un viento cortante.

Fuimos al centro comercial. Yo buscaba ropa para Dani, que crecía rápido. MientrasMientras buscaba un abrigo para Dani, Javier lo llevó a la sección de juguetes, pero mi hijo solo mostró interés cuando vio un transformer, aunque al final salimos del centro con una caja que, intuí, contenía ese mismo juguete.

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