¡Abre la mochila, ahora! Las cámaras lo ven todo, no hay forma de escapar. ¡Saca todo!

¡Ábrete la mochila ya! Con la cámara de seguridad bien puesta, no se te va a escapar nada. ¡Sácala todo! le gritó la encargada.

Las palabras cortaron el aire. En la nave de la fábrica de calzado de Zaragoza, el ruido de las máquinas se apagó de golpe. La supervisora, la Señora Ramírez, estaba de brazos cruzados, con la mirada helada clavada en Consuelo, una mujer delgada de ojos grandes y cansados. A su alrededor flotaba el olor a cuero curtido, pegamento y al frío del invierno.

Consuelo estrechó el bolso contra el pecho como a un niño. Luego sacudió la cabeza.

Por favor

La cámara lo ve todo dijo la Señora Ramírez, sin alzar la voz. Sácalo todo.

Los dedos de Consuelo temblaron al abrir la cremallera. Sacó un sándwich envuelto en papel, un par de gruesas medias, la libreta de vales y, al final, una pequeña pareja de botines: piel de becerro, forrados con un suave peluche y dos estrellas plateadas a los lados. Un verdadero encanto invernal.

¿Para quién son? preguntó la supervisora, con más calma.

Consuelo tragó saliva.

Para mi hija Almudena. Sus zapatillas están rotas y le congelan los pies.

¿Por qué no pediste un anticipo?

Porque ya no tengo a quién ofrecer como garantía. No tengo a quién llamar. Estoy sola. Su padre se fue.

En la nave se oyó un tosido. Una compañera dio un paso al frente y se detuvo. La Señora Ramírez tomó los botines, acarició las costuras y tiró de la cremallera. Eran perfectos: su propio producto, su trabajo. Entonces notó en la suela un número escrito con bolígrafo: 38 la talla de Almudena.

Te despido por hurto, ¿lo sabías? dijo, cortante.

Consuelo asintió sin llorar. La vergüenza no hace ruido.

Por favor déjeme al menos un día. Mañana es la víspera de los Reyes.

No negociamos replicó la jefa. Vete a casa. Yo te llamo.

Consuelo salió tambaleándose, como si la puerta la empujara fuera. La nave volvió a su trajín.

Esa tarde, en su despacho, la Señora Ramírez revisó de nuevo las grabaciones. Vio todo: cómo Consuelo había mirado los botines minuto a minuto, cómo los había levantado a la luz para ver el peluche, cómo había tocado la suela con el dedo, como si fuera la última esperanza que guardaba en su bolso.

Sobre la mesa, junto a una taza de té olvidada, había una libreta con anotaciones: bonificaciones de Navidad, tickets, primas. Solo cifras. Nada sobre el frío de los zapatos de una niña.

Cogió el móvil, buscó la dirección de Consuelo en el archivo de empleados y la anotó en un papel. Luego se levantó, entró al almacén, escogió otro par de botines del mismo tamaño y pelaje, pidió a las chicas de empaquetado que le pusieran una cinta roja y salió.

La nevada comenzaba a caer ligerita. El edificio donde vivía Consuelo, en el viejo barrio de la Universidad, tenía una escalera oscura y fría. La Señora Ramírez subió hasta el tercer piso con la caja bajo el brazo y llamó.

Le abrió una niña con dos coletas torcidas. Almudena. Llevaba un pijama delgado y medias desparejadas.

Mamá no está está en la tienda a comprar pan.

Entonces, ¿puedo entrar un momento si me dejas? sonrió la jefa.

En el pasillo hacía calor por la estufa, pero el ambiente olía a pobreza sincera y a preocupación. Sobre la mesa había una vieja caja llena de dibujos de naranjas hechos con rotuladores quizá una señal para Papá Noel.

¿Cómo te llamas? preguntó la Señora Ramírez.

Almudena. ¿Y usted?

Yo soy una amiga del trabajo de tu madre.

Puso la caja sobre la mesa.

Almudena, ¿sabes quién viene esta noche?

Los Reyes. Pero el año pasado se equivocaron de casa. Vinieron a la nuestra y no encontraron nada en la ventana. Tal vez vayan a casa de la vecina ella tiene una ventana más grande.

Los Reyes no se equivocan dijo la jefa, con un nudo en la garganta. A veces se pierden entre las preocupaciones de la gente, pero cuando encuentran un corazón valiente, nunca lo olvidan.

Abrió la caja. Los botines iluminaron la habitación como una pequeña lámpara cálida. Almudena se llevó la mano a la boca.

¿Para mí?

Para ti. Que tus pies estén calientes y la cabeza en alto.

La niña acarició el peluche y, sin dudarlo, lo abrazó. Fue ese abrazo que dan los niños cuando reconocen una bondad.

Se volvió a abrir la puerta: Consuelo, con las mejillas rojas por el frío. Al ver a la supervisora, se quedó paralizada.

Señora lo siento mucho. Mañana traigo los botines

No traigas nada más dijo la Señora Ramírez en voz baja. Son para Almudena.

Me voy lo sé

No te vayas. Mañana vienes a la fábrica. Hacemos un plan: un anticipo fijo para el invierno, un horario una hora más corto para que puedas llevar a tu hija al cole, y una lista de contactos si necesitas algo. En la fábrica pondremos una caja de solidaridad La suela buena para quien tenga que andar en inviernos duros.

Consuelo negó con la cabeza, sin saber cómo sostener esas palabras. Quiso decir gracias, pero sus ojos se llenaron de lágrimas.

¿Por qué? preguntó la jefa.

Porque no quiero dirigir una fábrica de calzado. Quiero que la gente siga en pie, no solo que les haga botas. Y hoy he aprendido eso de tu niña.

Almudena pasaba los dedos por el peluche de los nuevos botines.

Ya se escuchaba en la escalera a un vecino que golpeaba la puerta, el viento se colaba por los zócalos y la nieve intensificaba su ritmo. En la cocina, la sopa empezaba a oler a casa.

La Señora Ramírez salió a la noche con el corazón ligero.

Al día siguiente, en la nave, los empleados encontraron una caja grande con una etiqueta escrita a mano: La suela buena para nuestros inviernos. Dentro había medias gruesas, guantes, vales de comedor donados y los botines. Las chicas se miraron, se sonrieron.

En esa nave de cuero y pegamento, algo había cambiado por dentro, como un nuevo forro. Y, por primera vez en mucho tiempo, el invierno parecía solo una estación, no una sentencia.

A veces, entre robo y grito de ayuda solo hay la suela de un niño. Cuando decides escuchar antes de juzgar, no solo salvas un puesto, salvas el camino de alguien en el mundo.

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MagistrUm
¡Abre la mochila, ahora! Las cámaras lo ven todo, no hay forma de escapar. ¡Saca todo!