Cuando me divorcié de mi primera mujer, nuestro hijo tenía ocho años. Siempre ayudé a mi hijo y le di lo último de todo, incluso la casa que estaba construyendo se la dejé a mi primera familia.
Siempre le llevaba a pescar y a veces a trabajar conmigo. En esos momentos, mi hijo era el más feliz, y yo era muy feliz con esos momentos de cercanía emocional con mi hijo.
Sin embargo, todo cambió cuando me casé por segunda vez y tuve gemelos. Mi segunda mujer estaba de baja por maternidad y la familia no tenía suficiente dinero ni siquiera para las necesidades más básicas, ya que yo pagaba una gran pensión alimenticia por mi hijo.
Para que mi segunda familia no se muriera de hambre, tuve que reducir la pensión alimenticia de mi primer hijo.
Tuve que contratar a un abogado. Como la abogada era amiga mía, acordamos que yo pagaría sus servicios después de que mi primera mujer me reembolsara los honorarios del abogado. Cuando mi primera mujer me envió el dinero, se lo transferí inmediatamente a la abogada.
La reducción del importe de la pensión alimenticia estaba absolutamente justificada, ya que el salario de mi primera esposa era muy superior al mío. El tribunal decidió reducir mi pensión alimenticia del veinticinco por ciento al dieciséis por ciento.
Después de eso, mi hijo me abandonó y dejó de comunicarse conmigo, ya no venía a visitarme y, de hecho, dejamos de vernos.
Comprendo perfectamente que todo esto ocurrió por instigación de mi primera esposa. Estoy completamente seguro de que una madre nunca debe poner a un hijo en contra de su padre, porque en una situación así tampoco es fácil para un hombre, porque tiene que estar dividido entre todos sus hijos. ¿Cree que tengo razón o no?
