Mi amada se fue con mi amigo. Pero el destino puso todo en su lugar

Marta y Sara eran amigas desde la infancia. Su amistad fue destruida por el amor. Las chicas se enamoraron del mismo chico, y cuando Marta y Roberto se iban a casar, su amiga le robó su amado a su mejor amiga. Unos meses después, Robert se casó con Sara, y Marta se quedó con el corazón roto.

No pudo superarlo durante mucho tiempo y se prometió a sí misma que se vengaría de su amiga. Marta abandonó su hogar y se trasladó a la capital en busca de una vida mejor. Allí conoció a un hombre rico, se casó con él y muy pronto pasó de ser una chica corriente de pueblo a una auténtica mujer de la alta sociedad.

Marta tuvo una hija y, tras la baja por maternidad, volvió al trabajo. Construyó su carrera rápidamente. En pocos años alcanzó el éxito y se independizó por completo. Fue entonces cuando descubrió que su marido la engañaba y se divorció de él.

Un día, Marta decidió visitar a sus padres en el pueblo. Era su aniversario de boda y venían todos sus parientes. Marta vino con su hija. Bajó del coche y vio una silueta familiar en la oscuridad. Marta reconoció a Robert. No podía creer lo que veían sus ojos. No había ni rastro del antiguo hombre apuesto. El hombre tenía muy mal aspecto. Era muy viejo y estaba borracho. Estaba mal vestido y olía mal. En ese momento, Marta recordó inmediatamente su promesa de vengarse de su amigo y se sorprendió a sí misma pensando que no había necesidad de venganza. El destino ya lo había hecho todo por ella.

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Robert también reconoció a Marta. Se saludaron, hablaron y la mujer se compadeció de él. Le pidió que la visitara, y a Marta no le importó. Decidió ayudarle. Así se despidieron.

El aniversario de los padres fue un éxito, y Marta y su hija volvieron a la ciudad. Al día siguiente, cuando volvió del trabajo, vio a Robert en la puerta. Estaba tirado borracho en su alfombra. Marta se quedó de piedra. No se lo esperaba. Se dio cuenta de que no había nadie que pudiera ayudarla y llamó a la policía.

Lavó el suelo, tiró la alfombra y compró una nueva, y roció la puerta con su caro perfume.
Al día siguiente, la escena se repitió, pero Robert ya estaba consciente.

– “¿Qué pasa?”, preguntó Marta.

Robert se levantó, pero no podía hablar. Marta le pidió que no volviera, de lo contrario contrataría a un guardia de seguridad. No le ha vuelto a ver desde entonces.

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